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Los retos de la seguridad hídrica y los objetivos de desarrollo sostenible

La seguridad hídrica es reconocida mundialmente como uno de los imperativos del desarrollo global, y forma una parte crucial de uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (Objetivo 6: “Agua limpia y saneamiento”), considerándose una condición necesaria para alcanzar cualquiera de los otros dieciséis objetivos.

El concepto Water Security ha ido ganando terreno en la agenda política global en los últimos años. Samara López-Ruiz, autora del artículo ‘Una introducción al concepto de seguridad hídrica’, publicado en la Revista Ensayos Militares en 2019, reflexiona sobre cómo ha evolucionado el uso de las definiciones que incluían la palabra seguridad en las últimas décadas, trascendiendo las limitaciones que antes la vinculaban de manera estricta a los riesgos y conflictos militares. Dentro de este paradigma, al abrazar este concepto, asumimos que la escasez de agua constituye una amenaza a nuestra seguridad, y posee la legítima capacidad de situarnos ante una emergencia tanto medioambiental como social, económica y de salud pública.

Bajo la luz de esta idea, una de las definiciones autorizadas más amplias y actualizadas es la recogida en el artículo ‘Climate Change and Threats to Water Security: A Review’ (Gelfan, A.N., 2023), que define la seguridad hídrica como «la capacidad de una población para garantizar el acceso sostenible a cantidades adecuadas de agua de calidad aceptable para sustentar los medios de vida, el bienestar humano y el desarrollo socioeconómico, para garantizar la protección contra la contaminación y los desastres relacionados con el agua, y para preservar los ecosistemas en un clima de paz y estabilidad política». (Tramblay, Y., Mimeau, L., Neppel, L., Vinet, F., and Sauquet, 2019).
Las amenazas a la seguridad del agua se encuentran entre los cinco riesgos globales incluidos en el Informe de Riesgos Globales 2020 del Foro Económico Mundial. En general, amenazas como inundaciones, sequías y otras asociadas con el agua se reconocen como las más importantes de todas las que plantea el cambio climático, tanto para la sociedad como para el medioambiente.

Este mismo artículo reduce las amenazas a la seguridad hídrica a tres problemas principales: la escasez de agua (sequías hidrológicas), el exceso de agua (inundaciones) y la mala calidad del agua dulce. Además de los factores naturales que influyen en la distribución desigual del agua sobre la superficie terrestre, estas amenazas empeoran debido al crecimiento demográfico, y a otros factores socioeconómicos, políticos y de género que crean un acceso desigual al agua dulce, una gobernanza ineficiente y problemas institucionales que conducen a políticas irracionales y un uso extensivo de los recursos hídricos, etc.

La sequía hidrológica es la principal y más antigua amenaza, ya que cada vez son más los países que están mostrando un incremento de sequía y desertificación, y la escasez de agua afecta a más del 40 % de la población mundial (UN Water, 2017). El Foro Mundial del Agua, celebrado en 2018 en Brasilia, reportó que más de 1.700 millones de individuos habitan en cuencas hidrográficas donde la demanda de agua supera la capacidad de recarga, provocando la degradación de los ecosistemas. Siguiendo los patrones de consumo actuales y las proyecciones de crecimiento poblacional, diversas estimaciones sugieren que para el año 2025, dos tercios de la población global residirán en naciones que enfrenan estrés hídrico, con un acceso inferior a 1.700 m3 por habitante. Además, según el informe La sequía en números (ONU, 2022), esta tendencia se multiplicará para el año 2050, y llegará a afectar a más de tres cuartas partes de la población mundial.

Por su parte, la abundancia desbordada en forma de inundaciones también pone en peligro la seguridad hídrica de las regiones. Según CAF -Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe-, tener abundantes cursos de agua, sin la infraestructura necesaria, no garantiza la seguridad hídrica, considerando imprescindible que “los estados mejoren sus capacidades para generar marcos regulatorios, normativos y económicos a favor de las políticas públicas eficientes”.

En cuanto a la mala calidad del agua dulce, el Manual de capacitación para tomadores de decisión: La seguridad hídrica y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, elaborado por la UNESCO en 2020, asegura que, incluso en áreas donde el agua es abundante, ya sea superficial o subterránea, esta puede carecer de la calidad necesaria para diversos usos (potable, para animales, riego, etc.) o haber sufrido degradación debido a la actividad humana. Por ejemplo, en muchos lugares, los altos niveles de arsénico o salinidad en los acuíferos exceden los límites recomendados para el consumo humano o el abrevado de animales. Incluso para el riego, estas altas concentraciones pueden causar la salinización del suelo, lo que pone en riesgo su productividad. Por su parte, actividades como la disposición de residuos sólidos y líquidos, el uso de agroquímicos en la agricultura, la cría de ganado, actividades mineras y petroleras, transporte, entre otras, también representan graves amenazas de contaminación. Según este manual, para garantizar la seguridad hídrica de la población, es necesario un enfoque integrado de gestión de recursos hídricos (GIRH) que aborde tanto la oferta como la demanda de agua en términos de cantidad y calidad. Esto implica comprender los volúmenes y la calidad del agua disponible, conocer la demanda actual y futura, optimizar el uso del agua y regular las actividades humanas para reducir la contaminación. El monitoreo continuo de la calidad del agua mediante mediciones y muestreos es fundamental para tomar decisiones informadas y basadas en evidencia.

La eficiencia en la gestión puede sobreponerse a las amenazas naturales
Sin embargo, las amenazas a la seguridad hídrica no proceden únicamente de fenómenos naturales o del impacto de la actividad humana en los mismos. El Índice Global de Seguridad Hídrica (GWSI, por sus siglas en inglés) ya mostraba en 2015 que más del 50% de la población de la Tierra vivía en condiciones de seguridad hídrica permanentemente baja, principalmente en África, Oriente Medio, Sur y el Sudeste Asiático. Sin embargo, al mismo tiempo, las regiones con alta disponibilidad de recursos hídricos también mostraron bajos niveles de seguridad hídrica, como el caso de las regiones del norte de India o Bangladesh. La mayor amenaza, en estos casos, parece tener el sello de la corrupción política y la gestión inadecuada de los recursos hídricos. En este sentido, las características económicas, sociales, políticas e institucionales de un país se podrían añadir como un cuarto vector que juega en contra de la seguridad hídrica, unido a los tres problemas principales a los que Gelfan reduce las amenazas en su artículo, anteriormente mencionado.

Además, en palabras de este mismo autor, “el cambio climático antropogénico, respaldado con gran confianza por los expertos, ha dejado a las amenazas naturales obsoletas”, al plantear un nuevo paradigma global que intensifica tanto este tipo de amenazas como las de índole política y socioeconómica.

De hecho, el informe Global Water Security 2023 Assessment (United Nations University Institute for Water, Environment and Health (UNU INWEH), considera que la falta de una gestión integrada y sostenible de los recursos hídricos, que incluya la conservación de ecosistemas acuáticos, la protección de fuentes de agua y la planificación adecuada del uso del agua, está estrechamente relacionada con la sobreexplotación y degradación de estos recursos. Además, el documento también contempla, como una de las causas que subyacen a la inseguridad hídrica, la proliferación de conflictos y disputas por el acceso y control de los recursos hídricos, un factor que dispara las posibilidades de sufrir escasez de agua, especialmente en regiones cuyos ríos, lagos y acuíferos atraviesan fronteras políticas. Por otro lado, la carencia de infraestructura adecuada y servicios de agua potable y saneamiento seguros y accesibles puede exponer a las comunidades a enfermedades transmitidas por el agua y perpetuar la pobreza y la desigualdad en la calidad hídrica.

Este mismo informe presenta una evaluación preliminar cuantitativa del estado de la seguridad hídrica a nivel mundial, incluyendo a 186 países y 7.78 mil millones de personas, y empleando indicadores definidos por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. En concreto, la evaluación utiliza diez componentes vitales que influyen en la seguridad hídrica: (1) Agua potable; (2) Saneamiento; (3) Buena salud; (4) Calidad del agua; (5) Disponibilidad del agua; (6) Valor del agua; (7) Gobernanza del agua; (8) Seguridad humana; (9) Seguridad económica; y (10) Estabilidad de los recursos hídricos.

Cada uno de estos componentes recibió una puntuación sobre 10, y la puntuación general de seguridad hídrica se calcula a partir de la suma de estos valores. Las naciones se clasifican en diferentes niveles de seguridad hídrica según sus puntuaciones: 75 y más se clasifica como «agua segura»; 65-74 se clasifica como «moderadamente seguro»; 41-64 indica que un país tiene «inseguridad hídrica», y 40 o menos se considera «críticamente inseguro».

Los hallazgos de esta evaluación retratan una realidad alarmante: la mayoría de la población mundial vive hoy en países que enfrentan problemas críticos de seguridad hídrica, con una cantidad significativa de personas en países críticamente inseguros o inseguros. En total, 113 países se clasifican bajo los parámetros de «inseguridad hídrica», incluidos los dos más poblados del mundo, India y China. Otros 24 países se encuentran en una situación de inseguridad hídrica crítica, como Pakistán y Etiopía. Las regiones menos seguras se ubican en África, Asia-Pacífico y los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (PEID), siendo estos últimos los que asumen niveles más críticos. Estas preocupantes cifras dan lugar a aproximadamente 4.300 millones de personas afectadas solo en la región de Asia y el Pacífico, y otros 1.300 millones de personas en toda África.

El informe propone líneas de acción orientadas al fortalecimiento tanto de la infraestructura como de los sistemas de gestión de los recursos hídricos, pasando por la adopción de tecnologías avanzadas y el fomento de la investigación. De este modo, las propuestas pueden resumirse en:

  1. Mejorar la infraestructura de agua potable y saneamiento, invirtiendo en la construcción y mejora de sistemas de suministro de agua potable y saneamiento básico para garantizar un acceso adecuado a agua limpia y segura para la población.
  2. Promover la gestión sostenible de recursos hídricos a través de políticas y prácticas de gestión integrada de recursos hídricos que consideren la disponibilidad, calidad y uso equitativo del agua, así como la conservación de ecosistemas acuáticos.
  3. Fomentar la eficiencia en el uso del agua en sectores como la agricultura, la industria y el ámbito doméstico, reduciendo así la demanda de agua y minimizando el desperdicio.
  4. Fortalecer la gobernanza del agua, a través del desarrollo de marcos legales y políticas sólidas para la gestión del agua a nivel nacional y local, que promuevan la participación de todas las partes interesadas y garanticen la equidad y transparencia en la distribución y uso del agua.
  5. Aumentar la inversión en investigación y desarrollo de tecnologías innovadoras para la purificación del agua, el monitoreo de la calidad del agua y la gestión eficiente de los recursos hídricos.
  6. Capacitar a las comunidades locales, enfocándose en el empoderamiento de las mismas para que participen activamente en la gestión y conservación del agua, proporcionando educación, capacitación y recursos para promover prácticas sostenibles de uso del agua.
  7. Promover la colaboración internacional a través de la cooperación entre países para abordar los desafíos transfronterizos relacionados con el agua, como la gestión de cuencas hidrográficas compartidas y la adaptación al cambio climático.

Si bien los factores humanos, aún forman parte de las amenazas, poseen las capacidades necesarias para garantizar la seguridad hídrica, es cierto que la disponibilidad de agua de manera sostenible a largo plazo continúa estando distribuida de forma heterogénea en todo el mundo. Además, esta se ve peligrosamente comprometida por el impacto del cambio climático. Es aquí donde entran en juego el uso de fuentes no convencionales, como la reutilización, la desalación y la captación de agua de lluvia.

La desalación ha alcanzado un mayor desarrollo en países sometidos a mayor estrés hídrico, como Arabia Saudí, Israel, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Estados Unidos (iAgua, 2024). Según el artículo ‘La desalación en la estrategia de seguridad hídrica. Implicaciones económicas y ambientales’ (del Villar, García, Alberto. Universidad de Alicante, 2023), la desalación, junto con la reutilización de aguas regeneradas, desempeña un papel crucial en la diversificación de las fuentes de agua tradicionales, resultando una alternativa sostenible y complementaria a las mismas.

No obstante, el autor afirma que la seguridad hídrica proporcionada por la desalación debe ir acompañada de una sostenibilidad financiera de las actividades económicas y los abastecimientos a poblaciones sostenidos con estos recursos. Este enfoque se relaciona con el nexo agua-energía-alimentos, vinculado tanto con la seguridad hídrica como con la seguridad alimentaria. En este sentido, afrontar la desalación plantea retos como el elevado costo de producción, junto con otros aspectos derivados del proceso de desalación, como las tecnologías y el uso de la energía. Sin embargo, el autor suscribe los beneficios de la desalación como una herramienta rentable medioambiental y económicamente para abordar la escasez de agua, ya que la reducción de la huella hídrica y la minimización de la extracción de agua dulce de fuentes limitadas evitarían costes de tipo ambiental a largo plazo. Además, también resalta los beneficios económicos y comunitarios, como el aumento de empleos y el desarrollo local, la mejora de la calidad de vida de la comunidad y la reducción de la dependencia de fuentes de agua dulce cada vez más escasas.

Por su parte, la capacidad mundial de reutilización de agua aumentó de 33,7 gigalitros por día (GL/d) en 2010 a 54,5 GL/día en 2015, y sus tecnologías ha alcanzado un mayor nivel de desarrollo en los países afectados por mayor estrés hídrico, como Australia, China, Chipre, España, Estados Unidos, Grecia, Israel, Italia, Japón o Singapur. No obstante, la integración de las aguas residuales en los sistemas municipales sigue siendo baja. En América del Norte, por ejemplo, la reutilización anual de aguas residuales tratadas representa solo el 3,8% de las aguas residuales tratadas en la región (Lee y Jepson, 2020).
En conclusión, la seguridad hídrica, intrínsecamente ligada al bienestar humano, ostenta un rol fundamental el panorama global y en el desarrollo socioeconómico y la preservación de ecosistemas vitales. Desde la inclusión del Objetivo 6 de Desarrollo Sostenible de la ONU hasta los análisis contemporáneos, se manifiesta la urgencia de abordar esta cuestión desde varias perspectivas.

Las amenazas a la seguridad del agua, desde la escasez y la mala calidad hasta las inundaciones, se ven agravadas por factores como el excesivo crecimiento demográfico, la inseguridad socioeconómica y la mala gestión política, así como por el cambio climático antropogénico.

El camino hacia la garantía de la seguridad hídrica pasa por un enfoque integral y colaborativo que reconozca la interconexión entre agua, energía, alimentos y desarrollo socioeconómico. Sólo mediante acciones concertadas y sostenibles podemos asegurar un futuro donde todos tengan acceso a agua limpia y segura, un componente esencial para la vida y el desarrollo humano.

Artículo de: Blanca María Álvarez Román
Si desea descargar el informe de Seguridad Hídrica de la ONU haga clic aquí

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